El arte de enloquecer 22a

Mi hacker impidió publicar este blogs en el http://lacomunidad.elpais.com/jesusantog fuera de borrarme el primer escrito. Después de casi tres horas, el autor decidió publicarlo por este blog. Supuesto error 500 Hay una frase que siempre me recuerda a John Fizgerald Kennedy: "No pregunte lo que la patria puede hacer por usted. Pregunte lo que usted puede hacer por la patria". Es una frase que esta inscrita en una foto de aquellos años de "La Alianza para el progreso", en los años en que la humanidad estuvo al borde de una guerra mundial, y cuando NIita Kruschev se hizo oir en la O.N.U. en esa guerra fría en la que Cuba era la discordia entre el comunismo y el capitalismo. Siempre veía aquella foto junto a la mía en la que aparecía desnudo muy bebé. Ultima foto que estuvo también en la casa de una tía hermana de mi papá. Fotos que desaprecieron con los años, muchos años después cuando la tía murió, y porque al regresar a Ibagué después de varios años en "La urbanización Caracolí", ya no estaban. Me dirían como respueta al preguntar por ellas, que dichas fotos se la habían comido los ratones. Eran los años en que el hombre llegó a la luna, y en los que Kennedy fue recibido por Lleras Camargo. Yo terminaría estudiando unos cuantos meses en el bachillerato de la univ. Nacional y viviendo muy coincidencialmente con unos amigos de mi mamá en el barrio "El Progreso", muy cerca del Eduardo Santos. Francisco, como se llamaba el jefe del hogar, tenía una esposa que trabajaba en el D.A.S., y unos hermanos que como todas estas familias, tenían uno malo y otro bueno. Es decir las contradiciones dentro de su misma casa. El uno sería un villano, y el otro un personaje que con los años ocuparía un cargo elevado por cuenta del consejo de Bogotá. Y todo ésto como para decir que no estamos ni tan locos ni tan cuerdos. En esos años, un joven autista recién salido de un colegio de franciscanos en Ibagué, terminaría en medio de un confrontación en la universidad por cuenta de unos estudiantes que protestaban contra un discurso del que terminó siendo presidente Lleras Restrepo, y en el que éstos le arrojaron tomates. El autor que no sabía de estos menesteres, pues en aquellos años uno era más que un niño de escazos diez años ahora, porque ya los jovenes saban más que lo que uno sabía en esos momentos. Vale decir, que en aquella trifulca el autor se vio metido en esta zabaranda sin saberlo, en un inmenso prado en la que estudiantes y policías entre bombas lacrimógenas y las piedra que éstos arrojaban, quedó en medio en aquella parte adonde un inmenso predio separaba a los claustros de medicina y de derecho. A pesar que no sabía porqué los profesores gringos que nos daban matamáticas no los querían para sus clases, esa lucha incruenta, hizo que el autista de aquel entonces se refugiara subrepticiamente paran seguir con sus estudios en otro colegio ya privado en la carrera séptima con veintitres, y adonde cualquiera de los profesores cuando entraba para dar sus consabidas clases, gritaba: -La madre para el que no ponga cuidado. Mientras todos se arremolinaban con sus gritos y sus pupitres, mientras respondían al unísono: -Para la mía no, que es de cabuya. Y claro que el autor tampoco se amañaría porque éste le parecía muy peor al que había conocido con los padres franciscanos en Ibagué, aunque allíestaban los pedalistas que en su momento eran famosos en el país, y allí el título se conseguía fácil. Y claro que para colmo de males en esas vueltas que da la vida, terminaría en San Simón. En un colegio con tradición democrática, pero que para un niño autista este claustro ni sus porfesores estaban preparados. Muchos menos sus compañeros con los que anduvo, pero que a pesar de todo, como en botica le abrió otros horizontes en sus sueños. Llegar de primerazo a un curso de la jornada de la tarde, y escuchar de boca de un profesor la siguiente frase, así fuera en son de broma y de castigo contra uno de aquellos compañeros que no quiso compartir su clase muy animadamente, y que podría ser escalofriante para un tímido que con los años sería zaherido inmisiricordemente por personajes siniestros: -Por portárse mal, dénle unos cuantos cocotazos. Mientras los jóvenes se apresuraban a hacer lo dicho por el profesor, un profesor universalista, que tenía como manía tener una bolita en sus manos, de apellido Santofimio. Una eminencia en cuanto a su cultura. Cualquiera lo podría entender a mal. Pero no. ¿Ahora que tal que se encuentre, y suponiendo que Kennedy no hubviera muerto, con un doble muy contrario a éste? Todo ésto para decir que no estamos ni locos ni cuerdos. Ahora sí sigamos, pues mi prestatario de este computador me borró lo escrito primeramente, y sin saber por cuenta de quién. Algún día se sabrá. Veamos: *Como este blog ya lo pude redactar corregido en el pais.com, puede seguir leyendo "El arte de enloquecer" en http://lacomunidad.elpais.com/jesusantog