Las Plazas de mercados 2

Estaba muy niño cuando por primera vez me tocó ir a una plaza de mercado a comprar unos pescados en la de la 21 en Ibagué, y cuando estuve un poco más grande a veces tuve que ir la de la 14; y de ahí en adelante a cualquiera de las dos indistintamente. E incluso con los años acudí a otras plazas a comer fritangas o hacer mercados, tal y como lo hice en la del Restrepo en Bogotá durante algunos años. Así como fuí envejeciendo estas plazas también fueron cambiando, y las que parecían ser unos sitios de esparcimientos y de encuentros mientras se compraba lo necesario para la comida, se convirtieron para mí (no sé si para otros) en unas especies de pesadillas, ya que después de haber estado demasiado ido de la cabeza (tal y como lo he contado en otros blogs), y de haber vendido libros de medicinas naturales en los buses, terminé frecuentándolas a pesar que los comerciantes y demás gentes que en éstas permanecen, trataban de impedirlo.
Era como si hubiera una marca, ya que durante todo ese tiempo que viví tanto en los buses como en las plazas y los centros comerciales que generalmente medran alrededor de ellas, por cuenta de estos personajes que oscilan entre lo rufianesco y la vigilancia privada, por todos los medios trataron de que no lograra mi cometido, y que no era más que el de la sobrevivencia.
En Abastos de Patio Bonito en Bogotá, recordé lo que había visto en la plaza de Coche en Venezuela. Estaba indocumentado. Con una amiga colombiana que me colaboró por esos tiempos, y que administraba uno de de aquellos locales comerciales a un portugués, me invitó a que fueramos , pues por estar de vacaciones tenía que recoger unos papeles a su oficína.
-No se preocupe, me dijo. Mientras se quede dentro del carro, ningún policía le va a pedir papeles.
Me pareció desvastadora sicológicamente aquella plaza. Muchos menores de edad pululaban por aquellas esplanadas calles que hay entre los galpones, y muchos adultos que se parecían más a los descamisados que vemos a diario por las calles en nuestro país, hurgaban por todos los lados en los desechos de los comestibles que allí se amontonaban, tratando de encontrar la comida que les sirviera.
Después iría con más calma otras dos veces para corroborar aquella primera impresión causada, y comprobé lo mismo. Le daba a uno una angustiosa desolación al ver semejante pordiosería, igual a la que uno vé en Bogotá o en otras ciuddes en aquellos sitios en la que abundan los recicladores y donde el olor característico nos confunde, por que creemos que estamos en otros mundos; tal vez en los que Federico Fellini nos describió en sus películas, o en las que nos recrea Passolini basadas en la obra de Dante Aliguieri. O en aquellos documentales que una vez ví sobre la época en que Alemania desués de haber sufrido la derrota de la primera guerra mundial, porque en sus calles se notaba la miseria de sus gentes en las calles, o las que uno veía en San Victorno hace unos años antes de que el transmlinenio se impusiera en la ciudad. En un país adonde el oro negro había creado el imaginario de la opulencia, en aquel mercado se veía lo mismo que yo veía en el Abastos de Bogotá, con la diferencia que alllí muchos iban a recoger los deperdicios no solo para conseguir la comida, sino también para después revenderlos en otros sitios a precios más cómodos que en el comercio. Un negocio en otro negocio. Y sin embargo, ese imaginario de la miseria y desolación a todos nos cobijaba, convirtiéndose aquellos sitios en lugares peligosos para aquellos deprevenidos extraviados que anduvieran por ahí, porque los advenedizos también estaban a la cacería de lo ajeno.
Y sin embargo, eran como si todos nos miraramos y todos nos reconocieramos en un país con el delirio de la violencia que a todos nos cobija, en donde todos terminamos vigilando a todos por esos cuentos de que todos queremos nuestra propia seguridad peronal.
Así en ese imaginario uno puede entender que se está en mundo lleno de atavismos sociales y de desigualdades, adonde confluyen los intereses de unos comerciantes, de una ciudadanía que cree que debe de defenderse, y el de otros que merodeando con sus vicios y sus manías, también juegan el papel de ser los vigilantes, y en el último eslabón de ese cadena social uno termina zaherido por cuenta de aquellos que con más poder tienen bajo su cuidado aquellas calles.
Es curioso, a mi me han salido muchos viciosos en ellas como si me conocieran más de lo que yo me conozco. Hace muy poco comentándole esa historia a un amigo que ocupa el cargo de supervisor del magisterio del Tolima, éste me decía, que es que ahora los agentes del Estado se disfrazan de méndigos, y que aquellos que huelen el vicio de los frascos de boxer por no tener para pagar uno más caro, los desechables como se le dice a estos pobres muchachos que tampoco como uno, no tienen ninguna otra oportunidad en la vida, hacen su papel. En el Quiroga muchos de ellos salieron a provocarme como si otros los mandaran, mientras aquellos comerciantes que uno conoce desde hace muchos años se burlaban de lo lindo, y entonces uno entendía que estaban jugando con su papel, mientras consumían su vicio por las calles, y los peatones que como en mi caso, estaba marcado y tenía que ser zaherido por éstos, mientras los verdaderos imaginarios que tenían que protegernos no hacían nada, y en la misma casa estos vecinos lo amenazaban, a pesar que nos decían que este es un país de leyes, y todo ésto en pleno centro de la ciudad.
Lo mismo sucede en las plazas. A veces se me parecen al mundo onírico que nos decriben esos cineastas antes dichos. Son mundos en donde hemos perdido los verdaderos valores reales del ser humano por otros en donde el poder de la fuerza es la que prima, mientras se le amenaza sutilmente para que abandone una casa, violando todo principio legal por estos personajes que hacen su ley a su manera, y en donde uno termina como un bribón o un degenerado ante los demás, con sus informantes jugando al papel de amenazantes mientas los rufianes muy orondos hacen el teatro de ser unos matarifes. Un mundo irreal en donde uno puede perecer de un infarto por cuenta de estos personajes, o porque no, arrollado por algún automotor con un conductor delirante, mientras otros hacen su teatringo. Así son estos imaginarios. Mundos parecidos al de los estigmas sicilianos.¿Siracusanos?