Las Plazas de Mercados

Aunque no lo crea, en las plazas de mercados cualquiera sabe lo que puede ser la idiosincracia de un país. Ahí confluyen las diferentes manifestaciones culturales y sociales que le permiten conocer a cualquiera el espíritu de un pueblo. Por medio de estas nos podemos adentrar en la manera de pensar de las gentes del común, y en las de sus dirigentes. Son esas especies de laberintos en el que mediante ellos podemos comprender en qué condiciones viven. Allí están todos, a pesar que creamos que solo los más plebeyos, o los acartonados de la clase media y alta, sean los únicos que acuden a hacer sus compras; además porque ya existen otros tipos de super-mercados en las grandes ciudades que se encargan de asistir a gran parte de la población de clase media y alta, y que también nos permite conjeturar que éstos también se pueden evaluar en sus maneras de pensar. Así es. En los corrillos de las plazas, en los comercios que en sus alrededores se entrelazan con las gentes venidas ya sea del campo o la ciudad, podemos saber lo que piensan. Y no es que en ellas pululen los delincuentes detrás de los que allí van a satisfacer sus necesidades más apremiantes como son las de la comida y el esparcimiento. Sino que la marejada de todo un conglomerado social que por la fuerza de lo que allí conseguimos, todos de una u otra manera llegamos a ellas. Lo demás que suceda en la ciudad, simplemente no es mas que una extensión de lo que allí se dá. Si en los burdeles, en los barrios adonde prolifera de una forma ruin la existencia de esos personajes que resaltan en nuestras cotidianidades existenciales, allí también los podemos encontrar a la mano. Lo mismo podemos decir de las personas de bien que en medio de sus ambiciones personales a los que poseyendo algo tienen que reunirse allí, porque sus hijos lo desean, porque sus familias así lo quieren, o porque la necesidad obligatoriamente los convoca para que participen en esos mercados singulares en el que la satisfacción de sus más elementales necesidades se ven colmadas, y en donde hombres y mujeres participan comunitariamente. Hacia allá vamos todos a aprovechar ese sitio de reuniones de encuentros de familias y comerciantes, de rufianes, autoridades y personalidades, que los fines de semana o los días adonde hay una mayor congregación, acudimos a recocijarnos en medio de lo que se parece más a un jolgorio, porque al fín y al cabo así transcurren nuestras existencias. Por mi propia experiencia, allí he podido conocer en parte la mentalidad de todo un pueblo. Y allí también las persecuciones a que he sido sometido me han permitido dilucidar lo que es no solo la mentalidad de un país, sino las bribonadas a que puede ser sometida una persona, cuando rufianes y supuestas autoridades confunden la ley que emana del Estado, con sus más recónditas ambiciones personales, en el que los delicuentes se creen que ellos son los que ejercen el poder soberano. Y ésto, claro que lo comprendo desde hace unos pocos años, después que como he dicho en otros blogs, resulté ido de la cabeza por cuenta de unos rufianes, que por su rara particularidad, además de estar bien informados, actuaron de manera solidaria en el que los delincuentes, y supuestos defensores del derecho y de la ley lograron su propósito. Un contubernio que me ha dejado huellas sicológicas y físicas, tanto que a pesar de su insistencia en las provocaciones, no solamente quedaron los recuerdos, sino unas varillas metálicas que me atormentan la columna vertebral con medio cuerpo dormido; y con una marca, que todavía salen a ver qué se consiguen, en este país adonde nos hablan de vigilancias privadas, y de personajes que se creen de ley sin serlo. Allí confluyen todos. Y en esas plazas el autor ha tenido que soportar muchas infamias. Eran otros tiempos.Veamos.