Las plazas de mercados 3

Antiguamente todo giraba alrededor de éstas. Incluso hoy en las ciudades pequeñas o en los pueblos, su valor está bien acendrado porque en definitiva todos los ciudadanos tenenos que llegar hasta ellas a hacer negocios o simplemente a dar rienda suelta a la satisfacción de encontrarse con sus semejantes para departir y alegrar nuestras vidas, en medio de las viscicitudes que nos rodean. Y allí nuestros imaginarios están presentes. Son nuestras formas de pensar y actuar. Son las maneras como los seres humanos discernimos sobre nuestras realidades. Posiblemente allí, se han gestado revoluciones o también porque no, felonías de las que tanto vemos a diario. Claro que en las ciudades grandes, ahora los centros comerciales desempeñan ese papel, pero por ser mucho más elitistas en cuanto a las personas que en cierta medida son de un estrato social un poco diferente a veces, no tenemos la fortuna de ver a sus personajes tales y como los vemos en nuestras plazas de mercados, porque éstas sin embargo siguen siendo más populares, aunque tanto en ellas como en los centros comerciales los imaginarios que digo están latentes, y adonde menos uno lo piensa, se ven como en aquella película del cine italiano, en uno de los remedos del wensterm norteamericano: "Lo bueno , lo malo y lo feo". Claro que ésta última apreciación, de pronto no sea la que digo, porque mi memoria a veces falla. Hace 8 años o más no recuerdo, cuando regresé a Ibagué después de más de una década sin venir, se me hizo muy parecida a una ciudad venezolana(Valencia) porque las nuevas avenidas construidas se me hicieron parecidas a las de la ciudad que digo, y porque a pesar de la pobreza y de considerarse ésta como una de las que tienen fama de las más alta tasa de desocupacion, su ambiente era muy parecido. Incluso el calor y el olor de la anaturaleza que además de hacerle sentir a uno la vivencia de una ciudad costera. Sin embargo a pesar de estos cambios, todo seguía siendo lo mismo. La modorra del tiempo, el descanso que a esas horas se hace porque el calor lo obliga a uno a buscar un sitio que lo favoresca del intenso calor, hace que la mayoría de los negocios se cierren al medio día hasta bien entrada la tarde; el lento caminar de los peatones en las calles, la traquilidad que se respira en sus gentes, todavía me recordaban a la ciudad que dejé casi desde niño. Y sin embargo, el bullicio y la suspicacia, la alegría y la manera como el trato se da entre sus habitantes nos insinúan que sin embargo algo ha cambiado. Los fines de semana se homologan a las parrandas que se celebran en las ciudades costeras y en cierta medida idénticas a las costumbres de sus habitantes. Yo me había visto obligado a salir huyendo de la casa embrujada. Y no solamente de la casa. Eso mismo me había pasado hacía muchos años en la misma vivienda que digo y que el Embrujado así lo cuenta en sus historias. Una extraña infamia que solo hasta ahora comprendo cuando tuve que salir de Ibagué desde joven, en una larga travesía de la vida que bien vale la pena seguirla contando, pero que simplemente por el momento baste decir que fuí objeto de toda una serie de persecuciones no solo de caracter físico sino sicológicos que bien valdría la pena que el que quiera imaginarlo se leyera a: "El Espía que surgió del frío". La leyera digo, porque la película ya es otra cosa. Allí se comprenderá cómo estos imaginarios de la persecución y de la locura aunque están en las mentes de las personas, han sido impuestas mediante el miedo y la logica de un país que está demasiado asustado por el miedo. Y sin embargo, a pesar de todo en Ibagué se sigue respirando esa tranquilidad del tiempo y de la somnolencia letárgica en las horas del día de la que antes hablaba. Me había convertido en un vendedor de libros populares en los buses y en las calles. A pesar de haber vendido siempre, esta nueva manera me permitió avisorar que en estas calles nuestros reflejos sociales han empeorado en comparación a otras épocas, y entonces uno oye hablar de otros mundos muy diferentes al que normalmente se conoce. Muy diferentes al mundo de los empleados de clase media o al de aquellos profesionales que por su oficio de pronto no les permiten discernir que nuestras realidades son caóticas en las que cualquiera puede resultar vulnerado en lo personal o en lo sicológico. Así me pasó a mí. Comencé a entender que lo que me había pasado en esta vida, no era más que unas circunstancias personales orquestadas por unos familiares y amigos que segurtamente dentro de sus mentes creían que algo se podían embolsar dentro de sus pingues satisfaciones personales. Y amigos que de joven conocí de políticos, y las de otros que conocí en las pocas universidades en las que estudié, no eran más que participes en un extraño complot de policía, tanto que con los años, lo que uno estudió de derecho, de filosofía y tantos otros temas por las cuales una persona como en el caso mío ha pasado, se encuentra con una verdad abrumadora: Un país desvastado por unas maneras de pensar extrañas en las que uno a veces se considera como en los cuentos que se leen en Crónicas Gendrames Así uno termina convertido en un secuestrado por los mismos con los que anduvo toda la vida. Casi todos claro está, porque llevo muchos años aislado por cuenta de las situaciones que he tenido que vivir de manera abrumadora. Para no ir más lejos, cuando vivía en Bogotá, en una ciudad muy diferente a la que conocí de niño, fui obligado a regresar por cuenta de esos felaces perseguidores de un vecindario en donde supuestamente uno por derecho creee que se está protegido por ley, sin ser cierto porque en realidad lo que uno está es amenazado por los mismos vecinos, tanto que uno de ellos, incluso una mañana en esos trabajos tan sutiles y tan perversos, muy parecido a los que conquistaron al lejano Oeste, mientras una vecina de despedida asomaba su carita entre la puerta, y animosamente entre risas y risas, con una de sus manos se despedía de mí, me decía: -Adios don don dón. Las calles de Bogotá, y los negocios se habían cerrado para mí, muy parecidos a los aquelarres que nos cuentan los que saben de esas historias trágicas de las fiestas satánicas, adonde los lavados de cerebros pueden llevar a una persona hasta la muerte, mientras los que participan les parece tan natural, que no les importa nada. Así llegué a Ibagué, a encontrarme con otros personajes que existían y que parecían estarme esperando en esas solidaridades extrañas en donde hasta los bobos y los ladronzuelos de calles también han querido participar del festín. En la plaza de la 21, en esos años, reecordaría lo que me pasó en la escuela de la Boyacá cuando fuí profesor, y hasta el alumno que me amenazó en aquellos años con medirme el aceite(un niño de escasos diez años en esa época y a quien colocaron en el curso en donde dictaba clases), me saldría de seguido; y esos comerciantes que seguramente me conocían sin yo saberlo fueron aumentando en su audiencia, y así resulté con muchos provocadores en las calles que de manera rufianesca han estado saliendo a ver qué pueden hacer en sus solidaridades. Solidaridades que no son más que las de amenazar y amedrentar. Estar loco y contarlo es una cosa, haberlo estado y contarlo después que estos imaginarios han hecho de las suyas, y en donde me dañaron mi vida personal, tanto que económicamente y laboralmente me dejaron tan exangue, que uno llega a creer que muchos de aquellos que andan locos y vitupereados por el común de las gentes, de los muchos que uno ve en la indigencia, lo son porque en esta sociedad aquellos a los que uno consideran son sus defensores, en ríos revueltos salen a participar de los botines. Y para poder continuar en lo que me pasó cuando regresé de nuevo tratando por recuperarme del sindrome del miedo y de la provocación, hay que contar de los hechos acaecidos de un autista en otras plazas de mercados adonde el autor anduvo durante muchos años en Bogotá y en otras ciudades.