El Espía que surgió del frío

No se trata de contar la novela de John le Carré que nos muestra sus vivencias personales y sus conceptos sobre lo que fue la guerra fría; y aunque es de la misma estirpe con su contemporáneo Ian Flemig, el creador de la zaga de " Del agente 007 al servicio de su magestad", lo que el autor quiere escribir son otras, tambièn muy personales de las que ha sido vícima por cuenta de estos supuestos agentes del bien, que en esos trabajos inescrupulosos de sicología, en la que se ha utilizado toda una serie de tramas y de picardías, el que escribe casi termina muerto. Son esas extrañas maneras en donde se usan los recursos de los supuestos agentes encubiertos, que aparentando ser de los mejores, resultan al servicio de sus apetencias personales, en los que cualquiera puede terminar como en aquellos intrincados laberintos del espionaje que nos describe John le Carré, sometido por el amedrentamiento que sus esquiroles que no son más que rufianes de calle, al servicio de imaginarios que desde su clandestinidad, y trabajando por cuenta de intereses personales, o de todo un cúmulo de familias que aparentando estar al servicio de un país, lo hacen lo hacen seguramente para obtener algún beneficio personal. Y claro que esta historia tiene mucho que ver con los imaginarios modernos de los cuales ha sido víctima, y porque no decirlo que desde niño ha soportado toda una serie de inclemencias y provocaciones, en las que estos personajes muy duchos en el manipuleo sicológico casi lo llevan hasta la tumba. Es más, cree que es el primero que hasta ahora se salvado de esos entuertos de los especialistas en el arte de enloquecer, que pueden llevar a una persona a la esquizofrenia mediante sus malabarismos que van desde la persecución, el amedrentamiento, la utilización de sus agentes e informantes en la que la que actuando como lenguaraces no solo juegan al desprestigio personal, sino que utilizando todos los recursos que les da el Estado, de manera particular lo usan para sus fines, en donde uno pareciera el festín de de sus vellaquerías que van desde la difamación, hasta la utilización de otros personajes que estando también muy desbordados de sus realidades, los usan para encubrir sus canalladas, mientras se lavan sus manos impúdicamente. Los pilatos de nuestro tiempo.
Es un delito en el que no hay pruebas, pero que intencionadamente se lo hacen saber. Así lo van enloqueciendo y lo ponen a hablar solo. Y si por algún caso se suicida o un carro lo atropella, lo único que dicen es que estaba loco, o era un degenerado, muy a sabiendas que cometieron un crimen.
Y claro que este tipo de trabajos nos lo nos cuenta John le Carré en sus novelas, y que en cierta medida el autor ha vivido y está viviendo por cuenta de estos mendaces que aparentando ser de ley, están cometiendo su felonía en una tortura silenciosa que fácilmente cualquiera podría demostrar, ya que han actuado en contubernios de muchos, de tantos que en esas calles de aquí y de Bogotá, que para el autor no resultan más que los mismos informantes que el estado utiliza para pescar en ríos revueltos delincuentes.
Y cuando uno ya está con sus cinco sentidos, uno comienza a entender este tipo de amenazas que siendo aparentemente imaginarias, pueden desbordarlo para siempre de su vida. Son delitos de lesa humanidad, en la que sus autores como viles mercaderes al servicio posiblemente de otros que tienen más poder o dinero, se confunden con sus argucias, en la creencia que para muchos sus actividades sibilinas son de ley, y terminan cometiendo el peor de los delitos; porque este tipo de trabajos sicológicos, bien se merecen estar denunciados ante la justicia penal internacional.
Parece que es una costumbre muy soterrada entre estos imaginarios impostores porque andando tan confundidos con el que estan enloqueciendo, se creen que están en su dertecho. Y no.
-Pruébelo, me decía uno de éstos en el Murillo Toro en Bogotá. Al lado del Quiroga.
Yo estaba en un negocio, al que frecuenté por muchos años, en donde en esas calles comencé a sentir de manera consuitodinaria todo este tipo de trabajos, mucho antes de recibir un apartamento como herencia, muy recién llegado de Venezuela; adonde fuerzas oscuras y muy particulares porque eran orquestadas por vecinos y comerciantes, y como si actuaran en cutubernio con maleantes de calle.
-Pruébelo me decía.
Así también, ahora aquí, aparecieron todo este tipo de sinverguenzas y de mercanchifles porque no creo que vayan a ganar ningún peso con sus picardías.
Para no ir más lejos comencemos por contar algunas de estas historias que aunque pareciendo histriónicas, entre risas y pisotadas, casi me matan. No hablemos de locuras, porque al que logran llevarlo hasta la esquizofrenia, los que hacen su vil trabajo, saben que ya lo tienen fuera del mundo en que vivimos.
Le tienen su lápida pegada.