Un autista en Venezuela


Ahora que están próximas las elecciones para elegir un nuevo presidente en Venezuela, qué más que recordar las vivencias de un autista en Venezuela que llegó precisamente con su familia en un 9 de abril de 1.992. Un día memorable después que éste tuvo que salir convencido que medio país lo perseguía, tras haber perdido en Cúcuta  en un taxi un certificado de un curso hecho con funcionarios de la aduana en Bogotá. Y después que la partera que lo trajo a éste mundo fue por éste hasta Cúcuta desde Caracas. Una travesía que había comenzado desde Bogotá casi un año, con una breve estadía en Ibagué y casi medio año en Cúcuta.

Había llegado en una situación casi desastrosa como si las ponzoñas de los malos funcionarios del Estado colombiano así lo hubieran querido, tras salvarse de la mordedura de un perro gozque de un policía,  que a pesar que reiteradamente se le había dicho que no dejara el perro en aquel callejón, éste casi lo castra tras tratar de salvar a su mascota, y después de haber sufrido una fractura en una pierna por un carro que no resultó tan fantasma en una noche que festejaba, luego de haber salido de la casa de Memín y sus hermanas, en Plena carrera 10a. frente al hospital de la Hortúa, un automóvil blanco lo arrojaría contra el pavimento, mientras perdía uno de sus zapatos por el golpe, y tras haber sido víctima de un extraño secuestro en otra noche cuando llegaba hasta la casa que el imaginario de "El Embrujado" ha dado en llamar "La casa embrujada" ; y este en medio de semejante situación se le iría armando en su cabeza todo un trauma sicológico de persecución.

Años que siendo lúgubres, a pesar de todo pudo gozar sin saber que existía todo un complot que lo iría a entender muchos años después de escribir unos relatos policíacos en Venezuela, dictados por el comisario Rincón, un personaje que le iría haciendo  explorar mediante sus pesadillas otro mundo no visto por otros, pero vividos por él, y que le hicieron comprender años más tarde que todo lo sucedido a su alrededor  no era más que una extraña persecución adonde lo quisieron hacer pasar por loco y degenerado; y entonces caería en la cuenta que existen maneras de llevar a cualquiera al delirio y a la muerte, mientras los rufianes resultan siendo de los mejores.

Así llegaría a Caracas, y en el mismo día resultaría viviendo donde unos familiares en Catia la Mar, quienes la le darían posada por algún tiempo.
Este después tendría que vivir por algún tiempo donde otra paisana colombiana que necesitaba de la ayuda de un trabajador que le ayudara a hacer trabajos caseros, mientras se miraba cómo podría conseguir los papeles que lo acreditaran para vivir libremente en el país hermano en unos años en que sin visa nadie podía desempeñarse en algún oficio.

El Caracazo  que ya había pasado, y para una persona que desconocía los hábitos de sus nacionales entendió que estaba como secuestrado en un país que no era el suyo, que aunque le llamaba la atención por conocerlo, había sido obligado a huir de su propio país, como si en verdad fuera un forajido. Todo esto lo comprendería muchos años después que regresó a Bogotá y a la misma casa después de haber muerto la tía, y al recordar los consejos que le fue dictando aquel personaje de ficción que se propuso escribir en ese otro país, y que como si estuviera desenrollando el nudo gordiano de los griegos, terminaría comprendiendo la triste condición del ser humano cuando de por medio existen intereses donde más de uno cree que lo puede conseguir matando y robando.

Una ciudad moderna y unas gentes amables fueron los que salieron casi que en su ayuda. Una ciudad a donde en uno de esos paseos solitarios en que trató de escudriñar aquellas calles que iban desde Petare hasta más allá de las torres del Silencio,  y trató de entender  lo nuevo que le podría deparar para su bienestar,  se encontró con que eran semejantes a las colombianas de las ciudades de la costa Atlántica y de las de tierra caliente en el interior del país, y claro que muy diferentes a los habitantes enraizados en Bogotá y en el altiplano cundiboyacense.

Sin embargo, el hablado de los los caraqueños nacidos y criados  allí en esta ciudad que en su tiempo construía edificios a todo dar de manera rápida, mientras uno podía ver cómo demolían a los antiguos mediante dinamita, encerrados entre entre esos anjeos de plástico, y uno podía verlos derrumbándose hasta el piso, para ver a los pocos días como estaban construyendo el otro. Un lenguaje que se diferenciaba de los costeños porque idénticos a la de los bogotanos hablaban un idioma sin ningún acento, y muy rápido. Algo que diferencia muy bien a los bogotanos de la vieja raigambre con sus dichos y sus dejes, pero que los que hemos vivido en aquella metrópoli tendemos a perder el acento, como si la vida entre las urbes importantes nos hiciera unos ciudadanos muy diferentes a las de las ciudades más pequeñas,  y a las de los habitantes de los pueblos y los campos.

Así comencé una aventura en la que conviviendo con aquellos hermanos comprendería que así debe de ser en cualquiera otra parte del mundo, así nuestros fantasmas pueblen nuestros sentimientos. Y en ese país hermano viviría otra pesadilla, en medio de la poca felicidad que pudo darme esta nueva forma de vida. Mucho más, cuando después de conseguir el primer empleo, inmediatamente comenzaría toda una serie de persecuciones que no terminarían hasta que regresara nuevamente a mi país.
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