La noche de la iguana


No se trata de recrear la obra de Tenesse Willians ni la de la pelicula de John Huston en donde participan Ava Gardner, Richard Burton, y Debora Kerr. Una obra que nos recuerda la aventura de un ex sacerdote que hace las veces de guía turístico en una noche en la que la pasión de Ava, y Debora con el sacerdote nos reflejan las disyuntiva del hombre frente a Dios, o el amor tal y como se refleja en el encuentro de ellos en medio de unas circunstancias de un viaje de placer.

El autor prefiere llamar así esta historia, ya que en su momento cuando ésta surgió, pensó que se trataba de la película con el mismo titulo. Y no. Esta es una de esas aventuras en la cual seguramente Hemingway hubiera podido hacer otra gran obra, y uno tan solo, un aparecido en estas lides de la escritura, lo único que hace es contarla escuetamente tal y como me la contó en su momento don Carlos, un señor ya muy mayor que vivió y trabajó en la defensa de nuestras instituciones, y que por alguna circunstancia el quiso decirla. Todavía no sé porqué. Como lo he dicho en algunos de los blogs, yo estuve durante muchos ido de la cabeza, aunque en apariencia muchos decían que era producto del alcoholismo al que fui sometido desde niño, por amigos y familiares muy cercanos que me hicieron creer que la vida era una juerga, para poder soportar el hastío del temor y del miedo al que fui sometido durante toda mi vida, e incluso ahora como si fuera un enemigo potencial del Estado, o el de unos injuriosos personajes de política y de ley que creyeron ver en mí a su chivo expiatorio, o al conejillo de indias con el cual podían practicar para después regar el cuento de que era un esquizofrénico.

De verdad que casi lo logran. Casi me muero en medio de esa juerga de la vida sin darme cuenta que yo era víctima de una extraña persecución por cuenta un extraño estigma que desde niño tengo, y del cual todavía no sé. Cuando me la contó en el Vergel (en Bogotá), ésta apenas era una de las suyas en medio del monte persiguiendo a bandidos por cuenta del Estado, y yo supuse en su momento que se trataba de aquella hermosa película que hicieron historia con el cine de autor, y que muchos vimos en la cinemáteca de Bogotá hace más de treinta años. Cuan engañado estaba.

Comenzó diciéndome cómo en el ejercicio de su deber, una vez le tocó traer hasta Ibagué a un peligroso personaje que por las noches en compañía de otros, robaba el ganado en las haciendas del Tolima. Y todavía no entiendo porque decidió que supiera sus historias tan condescendientemente como si toda la vida hubiéramos sido muy amigos, siendo él, muy mayor. Allí, a su tienda, la frecuenté hace algunos años, e incluso hasta hace poco porque su atención también es de las mejores. Nunca he entendido cómo pudo haberme conocido. Y sin embargo en alguna ocasión, dentro de sus huéspedes, una muchacha me recordó a una novia que tuve en el Jordán. Y me retrotrajo en medio de la locura en la que estaba, a un ambiente que no he vivido pero que me lo han contado. A ese estado de la violencia y de la guerra cuando decía que en su oficio tenía que andar durante meses por esas tierras tratando de evitar el robo del ganado. Me dijo cómo muchas veces bajo la mirada de la luna los que hurtaban el ganado, subrepticiamente lo llevaban hasta el río más cercano, y allí comenzaban a hacer su labor de llevarlo por el caudal hasta donde ellos se reunían con los suyos. Qué muchas veces tuvo que recurrir al uso de las armas para evitar que ésto sucediera.

Ante una charla como ésta, que a mi me parecía muy importante, me impresionó cuando contó que en sus noches cuando se daba algún descanso, se dedicaba a cazar lo que mejor le gustaba: La iguana.

Yo recordé el nombre de la película de Huston, y como en ese tiempo no sabía nada de Google, quise ir a la biblioteca Luis Angel Arango para saber sí en realidad se trataba sobre dicho filme, pero las voces que escuchaba frecuentemente, la pesadilla de personajes siniestros que me salían por donde anduviera, y que habían convertido a un personaje popular en los habitantes de la calles como si fuera su enemigo, impidieron que saciara mi curiosidad para saber sí lo que me había contado era apenas un espejismo sobre la realidad de dicha película. Vale decir, que todo ésto por cuenta de esos pilatos que fabrican sus historias, se las imaginan, y como en el cine sus montajes quieren hacerlos aparecer como si fueran obras maestras, sin serlo.

Es más ni siquiera sé su apellido, pero cada que voy a su negocio siempre le pregunto por la historia que me contó, y por la de cómo matan a las iguanas. Es más, todavía no sé cómo fue que en Venezuela personajes así me salieron a contarme otras. En San Simón otro amigo a quien le decíams en son de bromas "Patas Planas", ya me había contado algo parecido. El prestaba el sevicio militar de bachiller, y en la última huelga de este colegio me pidió el favor que le guardara su arma de dotación. Años después supe cuando me lo encontré en Bogotá, después que iba a una de esas manifestaciones que se daban a favor de Nicaragua, qué había decidido irse para allá. Esas guerras nos aterran porque son los pueblos los que pagan los platos rotos, pero que a mí por otras circunstancias he ido pensando alrededor de la historia de don Carlos y de las otras que me han contado, que han sido adredes, como si hubieran querido contar otra subterfúgea. Ni siquiera se su rango, pues ahora disfruta de su pensión tan merecida por cuenta del Estado, en agradecimiento por su defensa durante más de tres décadas arriesgando la vida en la defensa de las instituciones. Y sin embargo, su historia sobre la iguana me conmovió.

Me decía, y me lo ha repetido las veces que he ido a su tienda, para preguntarle por ella, a ver si de pronto la cambia.

Y siempre me repite la misma.
- Es que a la iguana no hay que matarla inmediatamente. Solo hay que apuntarle al morro.

Y se ríe, y probablemente seguirá haciendo lo mismo cuando vaya.
- Es que su carne es un manjar. Después uno la agarra, y como el torero en su faena le hunde en el morro un chuzo de madera hasta el corazón.

Yo estaba ido, tan ido de la cabeza que la seguí confundiendo con aquella película que vi de joven. Y solo después de algunos años, un poco más cuerdo, le pregunté sí se trataba sobre la película de Huston.

El no sabía quién era Ava Garnerd ni Burton. Ni siquiera le gustaba el cine. Su aventura con las iguanas era real. En sus noches de descanso, en medio de su arduo trajinar en el monte en busca de los abigeos, a él le gustaba y le gusta, la carne de la iguana.

Su aventura fue real muchas veces en medio de la manigua.

Y yo en cambió la estuve confundiendo con una película en medio de mi locura, recién salido de un hospital adonde pretendieron dejarme para siempre.

Ironías de la vida.
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