Estaba muy niño cuando por primera vez me tocó ir a una plaza de mercado a comprar unos pescados en la Plaza de mercado de la 21 en Ibagué, y cuando estuve un poco más grande a veces tuve que ir la de la 14; y de ahí en adelante a cualquiera de las dos indistintamente. E incluso con los años acudí a otras plazas a comer fritangas o hacer mercados, tal y como lo hice en la del Restrepo en Bogotá durante algunos años. Así como fui envejeciendo en estas plazas que también fueron cambiando, y las que parecían ser unos sitios de esparcimientos y de encuentros mientras se compraba lo necesario para la comida, se convirtieron para mí (no sé, si para otros) en unas especies de pesadillas, ya que después de haber estado demasiado ido de la cabeza (tal y como lo he contado en otros blogs), y de haber vendido libros de medicinas naturales en los buses, terminé frecuentándolas a pesar que los comerciantes y demás gentes que en éstas permanecen, trataban de impedirlo. Era como si hubiera una marca...