Crónicas policiales 2

Para mi, que llevo viviendo desde hace muchísimos años una suerte de provocaciones, que incluso recién llegado a Ibagué me pude dar cuenta que tenían una especie de vigilancias privadas porque ya cuando sabían que estaba llegando a la casa, en sus alrededores estos sabuesos ya tenían montados sus teatringos aparentemente bobalicones por que lo convierten a uno en el hazme reír de una comunidad, mientras lo que están haciendo en la vida real es de amedrentar, y casi que obligarlo a uno a andar corriendo por las calles, tal  y como me sucedió en Bogotá donde no respetaron hijos ni familia, porque su intención era aleve. Una vez, hice un mercado por los lados del Murillo Toro y cerca del Quiroga en Bogotá donde funcionaba una comisaria.

¡Ah! se me olvidaba. Allí todavía debe de figurar mi nombre en uno de esos libros, cuando firmé, en los días que tuve que abandonarla, pero que como estaba asustado y recordaba lo que me sucedió con aquellos personajes cuando el perro estos casi me mata, y que como coincidencia es en la misma que ahora queda en el Quiroga.  A donde hace muchos años en la década de los 70 un almacén T.I.A. que incluso iba hasta allí cuando tuve un granero en las Colinas. Tiempos pasados, claro está. 

Decía, que dejé después de pagar, el mercado a un tendero que casi siempre le compraba, y cuando regresé, se había desaparecido. Según este, se lo habían robado, y en cuantas me vi para que me devolviera casi toda la plata. Había perdido el cliente, pues no volvería; y lo había hecho a propósito, ya que en otros negocios del mismo barrio Centenario, a pesar de pagar decían que no lo había hecho, como si hubieran regado el rumor en medio de una especie de orden subrepticia para que lo hicieran así, porque a pesar que viví más de 30 años en aquella casa, y otros años en el sector muchos me conocían, comenzando por los comerciantes que tenían misceláneas a quienes surtía con lo que fabricaba o lo que vendía de cacharrería.  En todo el sector durante aquellos hostigamientos muchos de ellos dejaron de comprarme como si lo hicieran para bloquearme en lo económico por cuenta de mis perseguidores.

Aquí en Ibagué pasó lo mismo. En la primera ocasión que  vine constreñido de aquella casa cuando al que tuve que ver durante mucho tiempo después después de haber urdido el plan para asesinarme mediante el truco del atropellamiento, hice clientela por los lados del Jardín a una cliente que de buena gana me compró lo que producía de fantasías, y a pesar de de haberlas vendido no me quiso seguir comprando como si en verdad me tuviera rabia. Su esposo era un agente policial y aunque yo no entendía, después que resulte loco, al sucederse esto, era como si yo fuera un forajido. Así lo ha sido siempre. Cuando no son estilistas de ésos que arreglan el cabello, y se le acercan a uno  como a decirle algo con la doble intención, y uno va comprendiendo que en estas calles las leyes las imponen otros que aparentando ser de ley no son. Así sucedió en Bogotá desde que comencé a tratar de sobrevivir vendiendo lo que pudiera y trabajando como comerciante, pero más allá, sabía que siempre alguien estaba esperándome en aquella casa, como si en realidad fuera el dueño.

Si, este diciembre cuando llegué a El Espinal sucedió algo parecido con lo vengo contando de esos teatrillos que hacen estos personajes en las calles, donde disimuladamente lo van amenazando. Ya conté algo parecido en Ibagué y su gente del Tolima cuando fui a tomar unos vídeos en Buenos Aíres, y en cambio parecía que alguien por lo alto me quería amedrentar. Los que han visto esa página, trato de mostrar lo bueno de esta ciudad y sus gentes del Tolima, pero para algunos parece que no les hace gracia que yo escriba sobre ello. A veces creo que hubieran querido hacerme aparecer como otro, como si supieran alguna otra verdad desde que nací, y como si en realidad yo hubiera sido un secuestrado desde niño, incluso hubo una amiga también de Ibagué, que hace muchos años me dijo que porque no me cambiaba el nombre. En su meomento entendí que podría el parentesco con mi padre, ya que según parece el solo hecho de haber sido un comerciante afamado que ayudo a forjar los San Andresitos en su tiempo, pudiera ser que era por ésoy no por otra cosa. Pero no, no era así. En este país, cualquiera marca otro que tenga algún status dentro de esos gremios a los cuales se les critica, pero que por cualquier motivo ya se está en la mira. Aquí no prima ese viejo adagio que dice: "El que no la debe nada teme". Todo lo contrario sucede en la vida real.Y así es como hacen sus montajes, que incluso el que nada debe, así sea un desconocido, resulta en la lengua de estos personajes siniestros que a veces pueden ser...   Aquí uno termina pagando los platos rotos ajenos, ser el fulano vilipendiado mientras los que matan viven del muerto le achacan sus historias perversas, y todo esto le hace a uno creer que han sido bien adoctrinados y entrenados. Es como si antes tuvieran que pasar por alguna escuela en la que si lo hacen bien, como en las películas, pueden así conquistar sus sueños. Así no se forjan esos sueños a costillas de otro. Y mucho menos mediante esas vigilancias privadas,que en vez de servir para lo que fueron creadas, solo sirven para amenazar y constreñir a los que algunos de ellos por amistad urde todo un enredo de persecuciones contra una persona. Como que se parecen a los ladrones de casa donde la ficción es superada por la realidad. Y lo digo porque ya Cortazar nos lo contó en uno de sus relatos en "La casa tomada".