Ibagué:"Cacos al acecho"
Es curioso, este termino hace muchos años se utilizaba en Bogotá. Nuestro idioma que es tan versátil lo da a entender de muchas maneras. En una tienda, por estos días al contarle al dueño lo que me acababa de pasar el 26 de diciembre del año que se acaba, me habló de aquellos que se aprovechan de las fiestas decembrinas para salir también a ganarse algo en esos tumultos de gentes que salen a comprar los regalos de navidad para sus hijos, familiares o amigos. Una costumbre occidental muy acendrada en nuestro pueblo. Lo curioso es que pareciera que lo hicieran indiscriminadamente a cuantos fulanos vean con su cara de ricachones a sabiendas que en esos tumultos le pueden hacer sus caricias a los bolsillos de los hombres o los bolsos de las mujeres, y que según a cuantos acaricien disimuladamente de diez uno puede tener su billete o celular guardado. Y sin embargo, a uno le entra cierto tipo de sospechas porque aunque nos digan que la ley nos está protegiendo parecieran que estos personajes estuvieran bien informados para saber a quién caerle, aunque puede ser que alguien con los que se frecuenta de vez en cuando estuviera dando dedo. Esto lo dicen acerca de los bancos adonde los clientes son marcados habilidosamente ya sea por uno de éstos cacos o por uno de los empleados que a veces se ilusionan que pueden hacer el papel de informantes particulares, aunque creo que ahora es más difícil por que nuestro imaginario no da como para creer que ésto suceda. Pero se ha dado. Todavía recordamos a aquel que fue ministro de hacienda que en una de esas noches mediante los malabarismos del Internet movió a diferentes cuentas bancarias en el mundo dineros del estado, y que solo después de un buen tiempo después que se fue subrepticiamente a Australia aparentemente de paseo o de disfrute, y ha donde Colombia no tenía ningún tratado de extradicción y que todavía no lo tiene, para de esa manera evadir a la justicia.
Un robo muy sofisticado que dentro del imaginario popular deja entrever que en ríos revueltos éstos se aprovechan.
Y lo curioso es que sepan hacérselo a quien de alguna manera no tiene nada entre el bolsillo. Cascareros. Se roban un ventoso donde puedan. Lo que si queda claro es que parecen estar bien informados acerca de su víctima, porque pretenden quedarse con algo de muy poco valor que si lo van a feriar seguramente no les darían nada para su vicio.
Qué tal que Ud. salga de la casa a tratar de vender la poca mercancía que tiene, y que gracias a que tiene una clientela que ha sido bien forjada durante años, comience un extraño trabajo de hostigamiento por parte de personajes que a diario los ha visto por las calles.
-¡Qué le pasa! Le grita uno que lo ve por el barrio El jardín.
Este va con su mochila sobre el hombro donde Ud. no sabe si lo que dice es para el conejillo de indias o para otro de sus amigos que lo acaba de saludar.
Lo mira a uno frentero y malévolo. En esa incertidumbre en una calle donde los carros van y vienen, ante la mirada maliciosa y el grito imprudente, no sabe si cruzar la calle o seguir por el lado que va, o si lo hizo para entretenerlo para que un carro pasara y:
¡Zas!
Cambia de andén, y se decide por hacerle frente al que lo grita muy cerca de donde hubo una especie de estación de policía.
-¿Qué dijo?
-Nada responde. Ud. es el que me está mirando rayado.
-¿Pero por qué?
-No ve que lo puede coger un carro, dice cambiando el tono.
Y entonces uno se da cuenta que lo ha hecho intencionalmente. Muy parecido a los extraños trabajos de sicología donde las persecuciones y los hostigamientos para el autor han sido permanentes, donde sabe que siempre ha tenido su imaginario particular que más bien pareciera estar interesado en mantenerlo amedrentado, como para todos sus trabajos, y así lograr fácilmente sus propósitos por cuenta de otros.
Y claro que dos días antes en medio del tumulto y la algarabía de los que salen a comprar sus regalos hay uno de estos personajes por la carrera 3a. le abre el bolso donde lleva un celular y unos pocos pesos, pero que el instinto le dice que alguien lo quiere robar.
Tira el brazo hacia atrás en medio de los empujones que van y vienen en medio de la multitud, y le grita:
-¡Ladrón!
Este sigue rápido para evitar que el vocifero lo delatara, mientras le vuelve a gritar lo mismo.
Hacía como un año que en el diciembre pasado había pasado lo mismo cuando llevaba el bolso abierto sin darse cuenta.
-¡Viejo sapo! Le grita en aquella ocasión el anterior ladrón.
Mientras lo repetía lo que dijo.
-Si sigue jodiendo, lo dice en tono amenazante, lo...
-¡Hágalo! le grita.
Entre la multitud la mujer que lo acompañaba, lo obligó a alejarse,
Cae en cuenta que debe de estar acompañado, y así es como distingue que en verdad hay otro que lo está mirando desde unos pocos metros de distancia, y al sentirse como al descubierto evita que le grite y se mete a un centro comercial del sector. no sin antes seguirlo mirando, mientras el otro hacía lo mismo a toda carrera, hasta que se desaparecieron del entorno en medio de la multitud.
Una coincidencia que sucede el día del que estoy hablando, después de acabar de comprar unas medias en un negocio en la calle quince con segunda.
Venía desde la catedral en medio de la multitud, tras haber tomado un vídeo con un celular dentro de la Iglesia de La Catedral. Y es muy probable que desde allí estuviera siendo vigilado. Así lo creo.
Buscando las medias que digo, las compra en la carrera 2a. con 15. Adelante van dos ñeros repartiéndose un plato de lechona que seguramente alguien les regaló en un restaurante que hay cerca de la esquina de la quince. Decide por seguir por la carrera segunda que está sola, para evitar el tumulto que hay por la tercera. Sin embargo nota que se demoran en andar, mientras se van comiendo su vianda. Se hace hacia el lado contrario al de ellos poniendo cuidado ya que lo sucedido en la tercera anteriormente, y por la experiencia que ha tenido en las calles, presume que allí está más seguro. Sigue hacia la calle 16 tratando de evitarlos, aunque está convencido que se han quedado para terminar de comerse el plato de comida. Ya en la mitad de la cuadra los siente cerca, y se da cuenta que haciéndose los desentendidos pretenden cercarlo. Inmediatamente se dirije nuevamente hacia el otro andén a pasos rápidos.
-Cucho, dice el más joven. Regáleme una moneda de 200.
Entiende que si me detiene algo puede ocurrir.
Voltea inmediatamente por la calle dieciséis para buscar la tercera que está atestada de gente.
Este lo sigue.
-Cucho: regáleme la moneda. Se lo estoy diciendo decentemente.
Entonces se da cuenta que lo que quieren atracar aprovechando la soledad del sector.
-¡No! Le grita.
Si le regala la moneda lo atraca.
Este se abalanza tras de éste, mientras decide correr un corto tramo hasta sentirme seguro. Cuando ve que ya está cerca de donde el público fluye, y al ver que hay otro personaje que viene hacia ellos se devuelve hacia la segunda.
Sigue su camino por la tercera acordándose que allí ya estaba como marcado.
Y no se equivoca. Así lo parece. Hacía casi de medio año que había tenido una conversación con otro vendedor donde le decía que qué sacaba el que decidiera robarlo si lo que llevaba dentro del bolso no le serviría para nada.
Al otro día por la calle dieseis, como si su imaginario fantasmal lo hubiera escuchado, después de comprar unos aretes que usaba para transformarlos en otros más y venderlos, ve que un personaje lo está observando, y se acerca mirándolo de arriba abajo.
Este hace lo mismo y trata de esquivarlo donde hay una droguería, mientras piensa dirigirse hacia la quinta.
-¿Me vio cara de ladrón? Le dice en forma altanera.
-¿Por qué? Le responde.
Este le da risa, mientras éste sigue su camino.
Casi que está llegando por el lado derecho adonde venden unas empanadas, cuando siente un pequeño empujón por detrás del bolso, mientras apenas alcanza a esquivarlo.
-Lo ve. dice. Soy ladrón.
Entonces cae en la cuenta, y le grita:
-¡Sapo!
Coge el otro andén y se regresa nuevamente, mientras los peatones observan el boroló. Está repitiendo lo que le dijo la otra noche al vendedor que digo.
Todo esto se le aglomera dentro de su pensamiento, y entre la multitud trata de seguir hasta la diecinueve.
"Alguien viene detrás de mí", piensa.
Hace muchos años contándole a un amigo parte de esas vivencias, este responde a propósito:
-Dio la pata.
Es cierto. Entonces camina entre la multitud convencido que está siendo vigilado.
Ahí es donde entra la paranoia.
Cuando recién llegué a Ibagué en esta última etapa, hace 6 años, otras cosas parecidas me sucedieron como si también tuviera mi imaginario y perseguidor particular que seguramente en otra ocasión las contaré. Incluso en la calle catorce con primera, en uno de esos negocios que hay por el sector, hubo uno de esos empleados que me gritó una ofensa como si me conociera.
-¿Se las da de mucho no? ¡Marica! Me dijo.
Estaba como drogado. Y no me equivoqué. En uno de esos negocios lo vi así, mientras me tomaba una cerveza, y éste ahora se hacía el desentendido como si en aquella ocasión alguien me lo hubiera echado.
También hubo algunas empleadas y empleados de esos almacenes que están dentro del mismo sector, e incluso en los almacenes donde compraba los herrajes para hacer los collares y aretes con los que siempre he trabajo vendiéndolos al por mayor. Una serie de provocaciones, que hoy se parecen más a unos sueños que en su momento fueron pesadillas con el fin de atormentarme, e impedir por obra de alguno de esos aviesos imaginarios de mala leche a que yo saliera definitivamente del entorno en que me han tenido durante más de medio siglo.
Y sin embargo tal y como lo estoy diciendo Ud. se da cuenta que es cierto. Apareció otro sin darse cuenta muy cerca y detrás como si nada. Llega hasta la diesisiete. Disimuladamente espera a que se adelante. Este también hace lo mismo preguntándole a un vendedor de adornos callejero por algunas de sus mercancías.
Se dirigí a la mitad de la tercera para despistarlo pero mirando de reojo ve que el nuevo perseguidor también mata su tiempo y se acerca a un vendedor de cigarrillos y dulces, casi que llegando al parque de Galarza. Descansa. Es consecuencia sicológica de todo lo que le ha pasado. Va a atravesar la avenida 19 cuando ve que el personaje se hace cerca de Ud., mientras se fuma un cigarrillo.
ve que todo un grupo familiar también está a su lado, y decide que no lo debe evadir sin despegar los ojos a lo que el aparente perseguidor puede hacer contra Ud.
Pasando la avenida, por los lados de donde está el Sisben, y en la misma acera por donde está la estación de los bomberos, éste saca su celular y habla con alguien,
Ya allí Ud. en parte se siente seguro. Ve a lo lejos a otro vendedor que lo distingue y extiende desde lejos su brazo para saludarlo.
Algo parecido me ha pasado. Pero en el lapso de tiempo que he estado escribiendo este blog en una de las visitas que hago a un barrio de los del norte de la ciudad, otro ñero se me aparece levantando su camiseta para que le viera la puñaleta que que lleva, mientras me observa para saber qué cara hago. Alguien me está dando dedo. Recuerdo que hace pocos meses me pasó lo mismo en San Antonio cuando fui a visitar a una cliente para ofrecerle lo que llevo dentro del bolso. y muy parecido a lo que me pasó durante muchos años en Bogotá adonde muchso clientes no me compraban como si alguien los estuviera obligando a no hacerlo. Qué haría, si en medio de semejantes situaciones también hay otros que desde negocios particulares, y sin ud. conocerlos lo van amenazando y amedrentando, como diciéndole:
-O te mueres o te mueres. Así sea con los bolsillos desocupados. No tienes derecho a trabajar.
parece que durante muchos años me quisieron hacer aparecer como ladrón o sin vergüenza, mientras se robaron un apartamento y una casa, mientras me enloquecieron e hicieron de las suyas gentes que aparentemente no parecían delincuentes, pues hasta eran hijos de gentes de bien.
Y es que en esas fiestas decembrinas hay muchos que también quieren conseguirse lo suyo fácilmente.
Ni tan fácil.
Todo el mundo ya sabe que los cacos andan sueltos y al acecho por esos días donde pareciera que todos andan de compras y con dinero encima de éstos.


