Un autista en Venezuela 4

Hace pocos años aquí en Ibagué en la calle quince con tercera, al frente a donde está una especie de bar en un segundo piso, "Jakaranda", estaba en la acera comprando unos herrajes a un vendedor callejero, cuando casi que una reja cae sobre mí. Un infortunio donde un personaje que arreglaba una reja en aquel segundo piso la dejó caer, y yo digo que fue a propósito. Me había venido casi que obligado de Bogotá  y era la primera vez que regresaba a esta ciudad después de más de treinta  años. En un centro comercial de la 3a compraba frecuentemente  unos herrajes a los que se denominan pescadores para aretes, pero que una empleada del negocio me dijo que sí iba  a donde un vendedor callejero que los fabricaba me saldrían a un mejor precio. Un personaje que me recuerda a una serie de caricaturas con su nombre que era proveniente de Cali, pero que según entiendo, ya me conocía. "Qué yo vendía muy barato, me dijo." Su negocio estaba en plena avenida, y estaba próximo para irse para Medellín a donde era propietario de un apartamento. Yo le compraba esta misma mercancía a un paisa a quien parecía que me conocía desde tiempos remotos y su charla era tan amena, que a pesar de todo quise ir a comprar a aquel personaje que digo, pues la empleada del negocio me decía que salía a mitad de precio porque lo fabricaba. Y era cierto. Es más, me recordaba aquella empleada a otra que en el barrio Restrepo en Bogotá, y quien atendiendo un negocio de cerveza, en alguna ocasión me armo un escándalo porque según ella, le estaba debiendo una cerveza, cuando le pedí una arepa de las que estaba vendiendo al lado del mismo negocio. No le entendí, pero aquella empleada se parecía. Unas paisas caleñas.
- ¿Qué hubo de bigote de brocha? Ya me había preguntado hacía unos días Alejo Gamboa, a quien para corroborar su pregunta, le interrogué de dónde era?
- De puente Nacional.

Vivía en Bogotá por los lados de Tres Esquinas al sur de la ciudad, y lo había conocido de joven en el club de ajedrez "El  Capablanca", y aunque era amigo de unos Lozanos que tuvieron unos probadores de billetes, y los vendía como único oficio del rebusque cuyo padre tenía un bufete de abogado donde hoy es el centro comercial "El Latino en Bogotá, éste se me apareció después de muchos años. Todavía no recuerdo si fue cuando ese fulano que he contado en otras historias me quiso matar mediante una hamburguesa a la que le había incrustado un alambre de electricidad y con muchos filamentos, a donde de antemano la parte de adelante donde uno se iba a tragar la porción de carne, cebolla y tomate con salsa, estaba la forrada de plástico, y la otra mitad sus alambres pudieron haberme matado al atragantarme posiblemente en la garganta; o cuando fui víctima de "Ojos Azules" en plena avenida veinte y siete sur, donde con otro trataron de que muriera debajo de las ruedas de un carro.

Lo confundí con Memín, el amigo cuya madre trabajó por muchos años en una notaría y a quien según entiendo murió de un cáncer botando sangre por la boca, un poco tiempo antes después que un purificense adonde mi papá tuvo un negocio jurídico contra un yerno, quien se apareció al igual que un ecuatoriano topógrafo también lo había hecho, ya que estas han sido las maneras de irle creando el síndrome de ser un enloquecido, producto de una brujería mediante la persecución, el hostigamiento y los innumerables delincuentes que utilizan estos bribones para amedrentar y enloquecer a sus víctimas.

Afortunadamente la tal reja cayó arrojada por bigote de brocha a un lado, mientras yo revisaba los herrajes del gancho pescador para aretes qué este pitufo elaboraba, y sin embargo me alcanzó a lastimar y aunque fue más fuerte a una muchacha que pasaba por allí coincidencialmente, y probablemente cuando tenga noticias de esta podré decir si salió bien o mal librada.

Aquel personaje habría arrojado posiblemente adrede esta reja, y yo con los años he entendido que había sido víctima de un complot que solo me dejó un tobillo lastimado, mucho más cuando había tenido que abandonar por segunda vez "La casa embrujada". Aquel bigote de brocha había intentado matarme posiblemente, mientras sus otros compañeros albañiles hacían sus trabajos en aquel negocio.

¿Y quién no se va a volver paranoico, cuando en otro país como el caso de aquellos personajes de brigadas militares se dedicaron a hostigar sin ninguna razón en un condominio?

Al poco tiempo de llegar a Venezuela la amiga que nos dio la dormida, decidió irse para Portugal , justo en aquellos días en que hubo unos amagues de desconcierto en Caracas. La visa de turismo se había vencido, y en una mañana que salí unas explosiones que según entiendo se dieron en la Carlota y ocasionaron que muchas gentes se vieran asustadas, y trataran de refugiarse en sus casas, lo que hizo que yo hiciera lo mismo. Vivía en Chacao a donde la clase media un poco tiempo después estaba destinada a desaparecer porque la devaluación del Bolívar estaba marcando una época a donde aparecerían las compraventas de dinero a cambio de joyas u otras cosas, la venta de ropas de segunda, los recogedores de las latas de cervezas, y los carros desvencijados deambularían por todas partes, como si la maldición de la pobreza hubiera llegado para quedarse para siempre. Algo parecido a lo que sucedió en Europa hace unos años, y en especial con los españoles, los griegos, los italianos, donde ya parece que no existe ningún futuro para muchos ciudadanos del mundo de hoy.

Una visión un poco acalorada en en que en una ocasión deambulando por aquellas calles de Caracas por los lados de Petare, un grupo de motociclistas gritaban iracundos, y amenazaban a los comerciantes.
-¡Hey, pana! Tenga cuidado. Me dijo uno de estos.

Estaba solo en una de esas calles, y aquellos motociclistas iban adelante de un cortejo fúnebre todos iracundos como si aquel muerto lo hubieran matado los comerciantes o dueños de aquellas calles. Tal vez habían creído que era un compañero de ellos, aunque a todos nos duele que otro irrespete la vida de una persona, máxime cuando se ha sido víctima, y otros lo hayan intentado matar.

Esa situación se repetiría en el barrio Quiroga en Bogotá, cuando le vendía a un cliente por los lados del barrio Inglés mis mercancías: Había visto un cortejo fúnebre donde los motociclistas abundaban, y delirantes amenazaban contra los negocios, y todos aquellos que se atravesaban en el camino, mientras llevaban el cadáver hacia el cementerio del sur.

Yo casi que habría podido estar muerto sino fuera  por la suerte de andar en una ciudad sin tener un peso en el bolsillo, y tratando de evitar que me surgieran enemigos pues dentro de mi manera de ser nunca ha existido este tipo de rencores, muchos más cuando no se le ha querido hacer mal a otro.
Al preguntarle a aquel comerciante sobre lo que sucedía y que me retrotrajo a los días en que viví por esas calles de Caracas, éste me contestó:
-Han matado a un ladrón. Todos lo son, me dijo un desconocido.

Y era cierto. Durante toda esa tarde la policía no hacía más que custodiar en aquellas calles que en un momento se me parecieron a las que había visto y andado en Caracas. Se me antojo que también podrían ser las del Lucero Alto en Bogotá, o a los peligros que existen en "Ciudad Bolívar" cuando las sociedades colapsan por la miseria. En Venezuela se vivía esta situación. Los borrachitos fueron apareciendo en esas calles tomando tragos degradantes que atentaban contra su salud, y los carros viejos pululaban como nunca antes, mientras el peligro aumentó, incluso en aquellas urbanizaciones a donde ni siquiera la misma policía podía entrar, pues en las barriadas populares a diferencia de las que conocemos en Bogotá o en otras partes, todo el que entrara a un barrio de éstos, al tener que salir por las mismas calles, también tenían que pagar su tributo a los que mandaban en esas calles de vicio.

Y a pesar que uno veía gentes buenas y trabajadoras y solidarias como todos los que existen en nuestros países. En poco tiempo, Caracas y Venezuela estaban cambiando.

Vendría el golpe de Chávez, y también el autor tendría que sobrevivir a otros percances en un país al que estaba conociendo.
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