El día de la raza

El 12 de octubre se celebra otro aniversario más del descubrimiento de América por Cristóbal Colón cuando Rodrigo de Triana gritó:
-¡Tierra! ¡Tierra a la vista!

Después de haber transcurrido 72 días en medio de aquel mar poblado por fantasmas antiguos que conllevaron a que sólo los más intrépidos y audaces de aquellos aventureros marinos que fueron conquistados por los sueños del almirante que pretendía buscar otro camino muy diferente al que Portugal ya tenía, y al que Génova disfrutaba en parte, se decidieran a conquistar a la India por otro camino muy diferente a la que éstos utilizaban; y que solo el imperio Otomano era el que decidía quiénes tenían derecho a comerciar con las especias, la seda y el oro, que venían desde el lejano oriente.

La aventura de Colón en 1492 culminaría, y seguirían otros 3 viajes. Sus acompañantes en su comienzo y en sus gran mayoría serían los que estaban encarcelados y no tenían un futuro alagueño sino hubieran sido seducidos a que fueran a colonizar el país de donde provenían dichas riquezas. Unos pocos años después llegarían los Portugueses a las costas del Brasil.

Todos probablemente habían sido seducidos por las "Aventuras de Marco Polo" y por historias de marineros que de boca en boca, al estilo de lo que ha sido la mejor publicidad del ser humano, mucho antes que se conociera la imprenta, en ese universo en donde se temía adentrarse en las profundidades marinas del Atlántico.

Sólo la astucia de Cristóbal Colón guiado solamente por la Estrella Polar del Norte y la brújula, le permitieron descubrir el nuevo continente que confundió con lo que el buscaba, para que así se diera esta fusión de culturas y de especies vegetales y animales, a pesar que fue de rapiña y de conquista.
Así ha sido la historia de nuestro universo.

Y por eso esta es la mejor ocasión para publicar en este blog los poemas 29 y 30 que el autor escribió hace más de 30 años sobre estas efemérides, y que están en "Los poemas del amor y la locura" en este mismo sitio de la web.

29
Podía ser una tierra encantada
o el mundo que ningún occidental hubiera imaginado.
La vegetación arrullaba el aire a través de las miles de aves
que cantaban en coro:
Al jaguar,
y a los hombres de la flecha y el arco.
Así la naturaleza con su olor a tierra virgen,
adormecía la imaginación
en el espejismo de una realidad imponente.
Podía ser la India
o el país de las especias.
Podía ser un continente en la mitad del camino
rodeado por el mar en el tiempo sin tiempo;
o podía ser la quimera que todos buscaban
en los barcos andariegos,
descubierta por el Español de la espada y el fuego.
Ese era Cristóbal Colón
que al acecho divino,
creyó en un paraíso terrenal en medio del océano.
Almirante por fortuna en las tierras supuestas,
ofreció el espectáculo de las armas que escupían fuego,
y el de una religión encadenadas a una cruz,
a aquellos indígenas que nunca habían visto ésto.
Despreocupada
se descubrió a Vespucio,
la América con sus partos recientes,
y le mostró los ríos que bañaban su cuerpo verdoso.
Manó a los conquistadores
especies de animales y frutos desconocidos
que colmaron la visión de los caminantes raudos.
Probablemente los Vikingos horadaron su piel,
para que el rasguño apenas perceptible,
volara en las ventiscas de las nieves perpetuas,
sobre la magestuosidad de la hembra
que no entregó su cuerpo
a los navegantes perdidos en los mares brumosos,
colonizadores de las ásperas costas del Báltico.
Orgullosa surgió América del mar hechizado.
Desplegó sus virtudes en todo el planeta.
Su corazón se metió en los poros terrenos
e hizo de Cervantes "El Quijote del hombre"
en su lucha contra las aspas de los molinos de viento,
que traían el murmullo de Gonzalo Jiménez,
el licenciado de las Leyes de Indias,
conquistador de los Chibchas, herederos del sol.
También el idioma de Shakespeare
se encandiló con las proezas de la nueva madre.
Navegó por las costas del norte.
Esquilmó a los indígenas sus cabelleras hermosas.
El firmamento que vigiló con sus miles de ojos
a la América juguetona y sensual,
dejó secar sus angustias con los paños del cielo
al vaivén de las máquinas y los potros salvajes.
Consumó su amor en los barcos fondeados
venidos de los puertos lejanos del Africa,
pariendo a los negros que fueron traídos como animales de carga.
Todavía su lamento baila orgulloso
recordando la sangre vertida,
en ésta, su nueva tierra.
Podía ser América un espejismo,
un espejismo hecho realidad.

30
No hace mucho los indígenas
la ollaron de civilizaciones
y sus senos llenos de la leche materna,
regaron hasta los confines del mundo:
Las esmeraldas, el oro y muchas riquezas.
Ella estaba ahí con sus hijos
cuidada por el jaguar y el arco.
Jardines flotantes la adornaban.
El aire columpiaba orquideas y micos.
Aves parlanchinas cantaban en coro
el peligro que acechaba del mar.
Venía de lejos, a lomo de caballo.
Traía en sus baúles castigos divinos.
Plagas desconocidas,
enfermedades inciertas,
presagiaban la tempestad que destruiría todo.
Esos vientos acariciaron su cuerpo
y trajeron el mensaje de Dioses extraños
que venían en barcas con pólvora y fuego.
Las fauces de los caimanes
mordieron a los Dioses del fuego
que cayeron en las brazas del fango;
y entonces supo del crugir de las cadenas
que vadeaban ríos y trepaban monntañas.
Eran los conquistadores
que con sus armaduras y sus armas de fuego
desataban tempestades
que segaban vidas y ocasionaban ruinas.
Sufrió el yugo de los colonizadores
que abrazaron su cuerpo liberto
y ensombrecieron el alma Caribe.
Dejó llorar en su pecho
a los negros traídos de esclavos
que inundaron sus entrañas
a son de bombo y quejido.
A voces de rebeldía
parió hijos creyentes
En un solo Dios sobre humano.
El incienso, la cruz y la pólvora,
anegaron de llanto su cuerpo
por el dolor de ver morir a los suyos.
Los hijos nacidos después de la conquista
nunca olvidaron este sorbo amargo,
por que tú madre tierra,
con mucho cuidado,
guardaste en tú regazo:
El sudor aborígen y esclavo.

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